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Discurso laudatorio de nominación de Texas A&M International University (TAMIU) para el Doctorado Honoris Causa a ELENA PONIATOWSKA

Dr. Irma CantuDiscurso laudatorio de nominación de Texas  A&M International University  (TAMIU) para el Doctorado Honoris Causa a ELENA PONIATOWSKA

 

                                                                                                                        Irma Cantú

 

Como parte de los protocolos para otorgar el máximo grado académico, se dio lectura a este discurso ante la presencia del claustro académico de doctores, las autoridades universitarias, el señor Rector, Dr. Ray Keck, así como invitados especiales como doña Ninfa Deandar, doña Ninfa Cantú Deandar y doña Guadalupe Loaeza, así como la beneficiaria del grado, doña Elena Poniatowska.

 

Gracias por la oportunidad que me brindan de honrar a una de las figuras más prominentes de la literatura hispanoamericana,  dama de letras de primerísimo orden del panorama literario mexicano.

Texas A&M International University con orgullo se une a la lista de prestigiosas universidades que previamente le han concedido a la maestra Poniatowska el grado académico de Doctora Honoris Causa; entre otras muchas: la Universidad de París, The University of Southern California, Florida Atlantic University, Universidad de Puerto Rico,  Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, la Universidad Complutense de Madrid.  Con TAMIU suman más de 17; por el momento.  

Me han pedido que enumere sus méritos y sus premios. Labor ardua; son muchísimas distinciones, menciones y doctorados honoris causa antes de llegar al Premio Cervantes del 2013. En la brevedad de esta intervención iré mencionando sólo algunos.

Creo que los grandes autores son aquellos que nos abren caminos, que nos enseñan una ruta hacia nosotros mismos, hacia lo que somos y hacia lo que queremos ser. He decidido contarles mi experiencia como lectora mexicana de Elena Poniatowska.

Antes de convertirme en laredense y en profesora de TAMIU, era una niña casi bien (para usar el célebre término de la maestra Loaeza) en Monterrey, vivía en un mundo de hombres de negocios, de rancheros y de mujeres fuertes y honradas donde la inclinación a las letras era una rareza y se afirmaba que la carrera de letras no era una carrera sino un adorno, algo así como un sombrero. En la preparatoria cayó en mis manos El arco y la lira de Octavio Paz y descubrí que lo que sentía estaba articulado en esas palabras y que esa experiencia humana nos igualaba y nos hacía únicos, sobre todo en ese inolvidable capítulo titulado “La inspiración.”  Entré a la carrera de letras en 1985.

En 1988 en el seminario de literatura mexicana descubrí azorada lo que quizá sea uno de los episodios más negros de la historia del México del siglo XX.: la masacre de estudiantes de 1968. Había escuchado algún murmullo, pero el libro La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska cayó como un muro de voces ante el silencio impuesto por el gobierno. Usted hizo hablar a los sobrevivientes, a los heridos, a los vecinos, a los periodistas y hasta a las autoridades. Y por esas artes de encantamiento que usted tiene, Elenita, hizo hablar a las víctimas; a veces imagino que usted, con su dulzura y su valentía, es capaz de hacer hablar a las calaveras de azúcar y a las calaveras del Templo Mayor.

Por décadas, La noche de Tlatelolco fue nuestro único referente. Más tarde irían apareciendo otras voces, otros textos, pero en esta tragedia su libro es el texto-faro.  En 1971 se le reconoce como la cumbre del testimonio y se le otorga el premio Xavier Villaurrutia, uno de los máximos galardones de las letras mexicanas. Premio que usted rechazó con una pregunta: “¿y quién va a premiar a los muertos?” Maestra Poniatowska, gracias a usted: “el 2 de octubre no se olvida.”

Animada por la lectura de La noche de Tlatelolco, leí Nada, Nadie, las voces del temblor de 1986, que recoge los testimonios de damnificados, heridos, periodistas, voluntarios,  miembros de organizaciones civiles,  rescatistas extranjeros, poetas y escritores.  El 19 de septiembre de 1985 un gran terremoto sacudió a la Ciudad de México; una de las catástrofes más grandes que ha registrado la ciudad . Mi padre había volado un día antes y se hospedaba en el hotel Regis.  La imagen del Regis convertido en un merengue  nos persiguió en esas horas terribles de incertidumbre y zozobra. Sobrevivió porque se cumplió aquello de “al que madruga, Dios le ayuda” y había salido del hotel antes de las 7 de la mañana. Cientos no corrieron con esa suerte. Miles de ciudadanos se volcaron de inmediato a las calles en un impresionante movimiento de solidaridad y auxilio a las víctimas. Ese heroísmo masivo que sobrecogió a los mexicanos y que sobrepasó a la gestión del Estado dejó su anonimato gracias a la pluma de Elena Poniatowska. La mayor parte de sus entrevistados procede de la parte más ancha de nuestra pirámide, de emblemáticos barrios populares como Tepito, Netzahuacóyotl, Chimalhuacán, Ciudad Azteca y muchos otros.

Cito de Elena Poniatowska: “Durante el terremoto de 1985, muchos jóvenes punk de esos que se pintan los ojos de negro y el pelo de rojo, con chalecos y brazaletes cubiertos de estoperoles y clavos arribaban a los lugares siniestrados, edificios convertidos en sándwich, y pasaban la noche entera con picos y palas para sacar escombros que después acarreaban en cubetas y carretillas. A las cinco de la mañana, ya cuando se iban, les pregunté por su nombre y uno de ellos me respondió: “Pues póngame nomás Juan”, no sólo porque no quería singularizarse o temiera el rechazo sino porque al igual que millones de pobres, su silencio es también un silencio de siglos de olvido y de marginación.” A esos llamados punks; otros les dicen con desprecio “pandilleros’ y quizá su gran amigo el genial Carlos Monsiváis les llamaría hippitecas; ellos, Maestra Elena, dejaron de ser nada, de ser nadie; y gracias a sus páginas conocemos su voz, su lenguaje coloquial y son Alguien.

Por La noche de Tlatelolco nos enteramos los mexicanos de lo que hizo el gobierno; por Nada, Nadie las voces del temblor nos enteramos de lo que no hizo. Elenita, es usted, de nuevo,  la luz entre las sombras.

            Años más tarde, mientras hacía el doctorado en letras hispánicas daba clases de español como segunda lengua. Para la clase más avanzada tuve que seleccionar un texto que introdujera a los estudiantes en la literatura en español. Ese texto sería la puerta de entrada a los placeres de nuestra lengua, al disfrute de los sentidos, y a la inmensidad de nuestra cultura. Pero además tenía que ser un texto breve y ágil; escogí Querido Diego, Te abraza Quiela de 1978. En cien páginas, Elena Poniatowska logra meterse de lleno en el corazón de Angelina Beloff –Quiela- y recrea las apasionadas cartas dirigidas a Diego Rivera. Quiela, una exiliada rusa, pintora y primera esposa del pintor mexicano quedó abandonada cuando éste regresó a México; condenada a escribir su gran amor; él, a lo lejos, se divorcia.  

A través de estas cartas imaginarias escritas por Poniatowska vivimos la grisura y los fríos del París de la primera posguerra; pero también los soles mexicanos de los que goza el recién descubierto genio de Rivera. A través de esas desesperadas cartas sin respuesta descubrimos el amor incondicional, la dependencia de la amada y el testimonio de uno de los amores más desdichados de la literatura hispanoamericana. Todo el fuego del que nuestra lengua es capaz está en esas líneas suyas, Elena…Y como sé que la pasión es contagiosa pronto tuvo usted a mis jóvenes estudiantes arrebatados con la lectura. Otra puerta que se abre: legiones de estudiantes norteamericanos entran a las letras iberoamericanas de su mano.

Más adelante, hice mi tesis doctoral en la literatura de viaje dedicada al Oriente; una de las figuras centrales, desde luego, es Octavio Paz. Así que su libro, Maestra Poniatowska, Octavio Paz, las palabras del árbol de 1998 me ha acompañado muchas tardes; entre tantas páginas áridas de crítica sobre la obra paciana, usted nos presenta al Paz íntimo. Testimonio amoroso sobre el poeta y texto imprescindible para conocer su contexto histórico e intelectual.

En la entrevista El poeta en su tierra que Braulio Peralta le hace a Octavio Paz, le pregunta: “¿Cuál es el personaje de Elena en la literatura mexicana? El poeta responde:  “Pues bien, si uno está en un parque donde hay gente que se pasea, niños que juegan, obreros que caminan, novios que se besan, gendarmes que vigilan, vendedores de esto y lo otro; hay enamorados, hay nodrizas, hay mamás y señoras viejas que tejen, hay vagos que leen el periódico o que leen un libro, y hay pájaros… Bueno, Elena es eso, un pájaro en la literatura mexicana.”  Un pájaro sí, pero un pájaro único que tiene la sabiduría de un búho y es capaz de ver en los rincones más oscuros de la noche; pero también un ruiseñor que sobrevuela las plazas soleadas y nos canta.  Una bella rara avis, es usted, Elenita que sobrevive en todos los aires trátense del cielo o del infierno. No sorprende que uno de sus cuentos infantiles se titule La vendedora de nubes de 1979.

Me quiero detener ahora en las mujeres que han inspirado su pluma –y sus plumas-. Podría clasificarlas en dos grupos: uno titulado como su libro Las siete cabritas del 2001 donde cronica y ensaya sobre la vida de siete notables mujeres, imprescindibles para conocer la cultura mexicana: Frida Kahlo, Nahui Olin, Pita Amor, Rosario Castellanos, María Izquierdo, Elena Garro y Nellie Campobello. Para nombrar al otro grupo de mujeres usaré otro libro suyo Luz y Luna, las lunitas de 1994 donde nos narra la vida de las juchitecas del Istmo, de las empleadas domésticas, de las bordadoras tlaxcaltecas, de las bordadoras de Huamantla. A este segundo grupo pertenecen también las mujeres de su libro Las soldaderas de 1997, adelitas valientes ignoradas por la representación masculinizante que se hace de la Revolución mexicana y que gracias a usted, Elenita, adquieren su legítimo lugar en la historia de México. De entre todas ellas no puedo dejar de mencionar a Jesusa Palancares que inspira su Hasta no verte Jesús mío de 1993 testimonio creativo que encarna la memoria colectiva de un país a través de una voz llena de giros rurales de una mujer analfabeta y revolucionaria.

A la lista de cabritas del primer grupo, he de agregar tres mujeres excepcionales a las que Elena Poniatowska ha dedicado un libro: su biografía Mariana Yampolsky y la buganvilia del 2001, primera mujer grabadora de México, curadora de renombre internacional que un día llegó de Chicago y al abrir la ventana de su primera habitación mexicana descubrió una buganvilia sobre un muro gris y dijo: “Éste es mi país." A partir de este momento, retrató a México y nos ha legado un espléndido archivo de más de 50,000 fotografías. Otra célebre fotógrafa descubrimos en Tinísima de 1992, que novela la vida de Tina Modotti, ferviente militante comunista que retrató el México de los años 20. De más reciente factura Leonora del 2011, galardonada con el importante Premio Biblioteca Breve a la mejor novela del año, narra la extraordinaria vida de Leonora Carrigton, desde su natal Inglaterra, su paso por distintos países europeos donde se filia al movimiento surrealista, y su llegada a México en los años 60 para quedarse entre nosotros los últimos 50 años de su larga vida.  Las tres vinieron de países lejanos, otra era su lengua materna, pero en estas páginas suyas, Maestra Elena, descubrimos cómo florece su talento en tierras mexicanas.

Al recibir el Cervantes se pregunta usted cómo le hizo para transitar de la palabra París a la palabra Parangaricutirimícuaro. Con Yampolsky, Modotti, Carrington y con usted, Elenita, descubrimos el universo que esconde la palabra Netzahualcóyotl o Tenochtitlán; pero, lo que es aún más insólito, es que gracias a su pluma sabemos que el corazón de una parangaricutimiricuense o de una Jesusa Palancares late, en sus penurias y sus alegrías,  en una mujer de cualquier banlieu parisino.

En una carta que el joven Octavio Paz le escribe al maestro Alfonso Reyes le cuenta que su intención al escribir El laberinto de la soledad no era aludir a la esencia del mexicano, sino hacer ver que su esencia era tan universal como la de un griego, un francés o un español.  A 65 años de El laberinto, las páginas de Elena Poniatowska dan fe y son ejemplo vivo de esa intención.

En el camino al prestigioso Premio Cervantes del 2013, debo mencionar dos importantísimos galardones de las letras hispánicas: El Premio Alfaguara a la mejor novela del 2001 por La piel del cielo y el premio Rómulo Gallegos en el 2007 por El tren pasa primero.  Pertenece Elena Poniatowska a ese selectísimo grupo de mexicanos que han recibido el Premio Cervantes: Octavio Paz en 1981, Carlos Fuentes en 1987, Sergio Pitol en 2005, José Emilio Pacheco en 2009; y con la feliz noticia de la semana pasada ahora la acompaña también Fernando del Paso con el Premio Cervantes del 2015. No sólo es usted una mujer única, sino que es la única mujer entre tanto Quijote. Aunque ya nos aclaró usted, Elena, que no es una mujer de Cervantes: no es Teresa Panza, ni Dulcinea del Toboso, ni Maritornes, ni la princesa Micomicona, sino una Sancho Panza femenina que camina con los andariegos comunes que confían en usted y le cuentan sus historias. A veces imagino que los mexicanos somos unos pequeños quijotes enrevesados a los que se nos quiere vender un molino de viento, pero ahí está usted, Elenita, nuestra Sancho Panza femenina para advertirnos que no es un molino de viento, sino un monstruo.

En sus páginas, Maestra Poniatowska, nos conocemos, nos reconocemos y aprendemos lo que es la coherencia, la integridad, el interés por los otros, la riqueza de nuestra lengua, la inmensidad de nuestra cultura y encima gozamos de eso que Barthes llamó el placer del texto.  

A la muerte de Carlos Monsiváis escribió en el periódico La Jornada, “¿Qué vamos a hacer sin, ti, Monsi?” y la cito: “¿Qué vamos a hacer sin ti, Monsi, cómo vamos a seguir? Nunca entendimos cómo pudiste estar en tres o cuatro lados al mismo tiempo. Tu don de la ubicuidad abarcaba la pintura, la poesía, el humor, la crítica, la lucha por la justicia, el amor a los demás. Tu don de ubicuidad y tu capacidad creativa –incomprensible para mí– te hizo recoger lo más bello de México para fundar museos y hacer libros,”

Al aceptar el Cervantes señaló usted que Frida Kahlo dijo alguna vez: “Espero alegre la salida y espero no volver jamás. ” Luego agregó: “A diferencia de ella, espero volver, volver, volver…” Pues yo le tengo una propuesta aún mejor, qué le parece si mejor no se va nunca y nos sigue contando de los menesterosos y  de las cabritas, de los pies descalzos y de las botas lustrosas, de las jacarandas y de las buganvilias. Tiene usted una legión de lectores, entre ellos mis queridos estudiantes que la leen con devoción en mis cursos…Leerla, Maestra Poniatowska, no es sólo un gusto, sino una urgencia, ¿quién nos va ayudar a conocernos? ¿quién nos va a iluminar en tanta sombra? ¿quién nos va a poner flores en la cabeza? …¿Qué haríamos sin usted, Elenita? La convoco a que se quede siempre entre nosotros, en el México inseguro y desamparado; en el rico e inmenso México…Y aquí, en Texas A & M International University nos sentimos muy orgullosos que pase usted a formar parte de esta Casa de Estudios, nos honra que sea una más con nosotros. Bienvenida a TAMIU, Elena Poniatowska.

Muchas gracias.